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Opinión y análisis económico
DE EMPRENDER A OPOSITAR: EL SÍNTOMA DE UN SISTEMA EN DECADENCIA.
En España ya hay más funcionarios que autónomos. Según la Encuesta de Población Activa, en el primer trimestre de 2025, los empleados públicos superaron en casi 240.000 personas a los trabajadores por cuenta propia al frente de un negocio. Esta brecha no es nueva, pero su consolidación revela un cambio estructural profundo en nuestro mercado laboral.
Estamos asistiendo a un vuelco silencioso, pero muy significativo. Cada vez hay más empleo público, mientras la figura del autónomo pierde peso. El problema no es solo numérico, sino económico y social. Si seguimos por este camino, España será menos dinámica, menos innovadora y más dependiente de un Estado que, paradójicamente, depende de una base fiscal que se está estrechando.
En el año 2000, los trabajadores autónomos superaban a los funcionarios en 150.000 personas. Hoy, la situación es la inversa, con más de 3,49 millones de empleados públicos frente a apenas 3,26 millones de autónomos. Mientras que el empleo público ha crecido casi un 20% desde la crisis financiera de 2008, el colectivo de trabajadores por cuenta propia apenas ha crecido un 3,3%. Este diferencial no es atribuible únicamente a factores demográficos, sino al resultado de un diseño institucional que penaliza el emprendimiento, la productividad, la competitividad y la creación de empleo sostenible.
No es que falten iniciativas para fomentar el autoempleo, pero muchas han sido tímidas, mal diseñadas o ineficaces. Las bonificaciones temporales para nuevos autónomos no han dado los frutos esperados, pasado el primer año, las cargas fiscales y administrativas terminan expulsando a miles de jóvenes emprendedores. Lo mismo puede decirse del Kit Digital y otras ayudas mal comunicadas, lentas o burocráticas. El resultado, una juventud sin incentivos reales para arriesgar y crear.
Más grave aún, estas medidas se diseñan de forma estática, sin una visión estratégica de largo plazo que integre a los jóvenes en un ecosistema de emprendimiento real, con acceso a financiación, mentores, innovación y mercados.
Además, la transformación de sectores tradicionales como el comercio, la restauración o la agricultura —que durante décadas fueron el nicho natural de los autónomos— no ha venido acompañada de políticas que faciliten su relevo o reconversión. Frente al empuje de las cadenas, las franquicias y las plataformas digitales, el pequeño negocio languidece.
Si no se acometen reformas estructurales de calado, España quedará atrapada en un modelo de bajo dinamismo, con una economía menos competitiva, un tejido productivo débil y una dependencia excesiva del empleo público. El resultado no será únicamente una presión fiscal creciente sobre los sectores más productivos, sino también un deterioro progresivo de la calidad de los servicios públicos, que acabarán siendo insostenibles sin una base económica sólida.
El debate no es ideológico, es contable y estructural. España necesita una economía que produzca más que lo que consume. Si no se invierte en la revitalización del autoempleo, del emprendimiento y del tejido productivo, la próxima crisis fiscal no será temporal, será sistémica y crónica.