Notas de Prensa
Fecha: 19/09/2024
Categoría: Notas de Prensa
FRANCISCO MASSÓ LOSA
IN MEMORIAM
Un legado de inspiración
FRANCISCO MASSÓ LOSA
Somos el recuerdo que dejamos en las personas.
La vida, en su forma más elemental, se alza como un regalo sublime, una joya cuyo brillo solo apreciamos verdaderamente cuando su luz amenaza con extinguirse.
En su infinita sabiduría, se convierte en nuestra mentora más abnegada y, en ocasiones, más implacable. Nos guía por caminos sinuosos, sembrando desafíos que ponen a prueba el crisol de nuestras percepciones y nos transforman con cada paso que damos.
Cada vivencia es un trazo en el lienzo de nuestra identidad, una pincelada que esculpe y matiza nuestra comprensión del universo que nos rodea. Entre las lecciones más profundas que la vida nos brinda, la pérdida de un ser querido actúa como un recuerdo tangible de la fragilidad de nuestra existencia, un espejo que refleja la fugacidad de nuestros días. Esta experiencia, aunque desgarradora, nos invita a reflexionar profundamente sobre el valor del tiempo que se nos ha concedido y sobre la importancia de cultivar y fortalecer los vínculos afectivos que forjamos a lo largo de nuestras vidas.
Cuando es un progenitor quien emprende el viaje final, este suceso, tan natural como doloroso, marca un hito trascendental en la crónica de nuestra vida. En este eclipse emocional, nuestro universo interior, antes bañado por la luz cálida y reconfortante de su presencia, se sumerge en una penumbra desconcertante y abrumadora. Sin embargo, es en esta oscuridad transitoria donde se iluminan facetas ocultas de nuestra condición humana: la profundidad insondable del amor, cuya magnitud solo se aprecia plenamente en el vacío existencial provocado por la ausencia y en el sentimiento agudo de soledad, la fuerza inquebrantable de los lazos familiares, que trascienden las barreras físicas, persistiendo más allá de la propia vida o la esencia misma de nuestro ser, forjada en parte por aquellos que nos precedieron en nuestro linaje.
Cuando aquellos que nos dieron la vida se desvanecen en el velo del olvido o son arrebatados por las garras implacables del tiempo, una parte de nuestro ser parece difuminarse con ellos. Sin embargo, en esta pérdida, también encontramos una invitación a honrar su memoria y a abrazar con mayor intensidad el regalo de la vida que nos legaron. Su ausencia se convierte en una presencia que nos inspira a vivir con mayor plenitud y propósito.
Nuestros padres son los artífices de nuestra narrativa personal, los coautores invisibles de nuestra historia.
Ellos son los únicos que han presenciado capítulos de nuestra vida que quizás nunca nos revelaron, momentos que permanecen ocultos en los pliegues de su memoria, recuerdos que la muerte, inevitablemente, borrará. Son los custodios de nuestra infancia, quienes atesoran en un álbum etéreo un sinfín de momentos únicos e irrepetibles: desde nuestros primeros balbuceos, tan tiernos e inocentes hasta esos pasos temblorosos con los que, valientemente, conquistamos el mundo, los miedos que nos atenazaban en la oscuridad de la noche y las pesadillas que solo el calor de sus abrazos podía disipar. También guardan nuestras primeras ilusiones y las lágrimas de las decepciones que marcaron nuestros comienzos. Testigos silenciosos de nuestra vida.
Con su partida, una parte esencial de nosotros comienza a desvanecerse, como si nuestro paso por este mundo empezara a desdibujarse. Somos como una fotografía antigua cuyos bordes se difuminan con el tiempo implacable, convirtiéndonos, poco a poco, en sombras de lo que fuimos, en ecos cada vez más débiles de aquellos niños que solían correr alegres por los senderos del tiempo. En este crepúsculo de la memoria, nos aferramos con todas nuestras fuerzas a lo que somos hoy, conscientes de que un día también nos desvaneceremos en la bruma del olvido. Y mientras tanto, con el corazón encogido, sentimos cómo se escurre entre nuestros dedos la esencia misma de lo que alguna vez fuimos, esa esencia inestimable que solo reside en los corazones de quienes nos dieron la vida y que ahora se alejan, llevándose consigo una parte irremplazable de nuestra historia.
No solemos darnos cuenta. Sin embargo, a cada momento, en el silencioso pasar de los días, desaparecen testigos de nuestro mundo, el propio y también de los mundos que no llegamos a conocer, pero de los que ellos fueron protagonistas. Cincuenta o cien años de vida se evaporan en el aire, arrastrando consigo las vivencias de una era anterior, los ecos de épocas pasadas, las voces de nuestros antepasados que resuenan en sus recuerdos.
Sin embargo, su partida no es el fin de su historia, sino el comienzo de un nuevo capítulo donde su amor trasciende lo físico y se convierte en una parte indisoluble de quienes somos.
Así, cada decisión que tomamos, cada gesto de amor que ofrecemos al mundo, se convierte en un tributo a sus vidas. Somos el fruto de su amor, el eco de sus enseñanzas, la continuación de sus sueños.
Nuestros padres sembraron en nosotros semillas de esperanza y ambición. Visualizaron, quizás, un mañana más prometedor, repleto de posibilidades que les fueron esquivas, y logros que el devenir del tiempo les negó. Hoy, somos nosotros los custodios de esos sueños, llevándolos en lo más profundo de nuestro ser, moldeándolos y ajustándolos a nuestra propia travesía vital, pero siempre preservando la llama de sus aspiraciones. Cada triunfo que cosechamos, cada desafío que superamos, no solo es un paso hacia la realización de nuestras propias ambiciones, sino también la materialización de las esperanzas que nuestros padres depositaron en nosotros. Somos la continuación viva de su historia, los portaestandartes de su visión en una carrera de relevos que trasciende generaciones. Ellos dejaron su huella imborrable en este viaje asombroso, a veces desgarrador, otras veces sublime, siempre fascinante, al que llamamos vida.
En recuerdo a Francisco Massó Losa, en homenaje a su extraordinaria condición de ser humano. La persona a quien debo todo lo que soy. Lo que espero ser.
Francisco Massó Mora.