';

Notas de Prensa

Diversificación, Rentabilidad y Valor Añadido
Inversiones Maslosa / Actualidad / Notas de Prensa / Pedro Martínez Cutillas (La transitoriedad como fuente de plenitud)
Fecha: 27/11/2024
Categoría: Notas de Prensa
PEDRO MARTÍNEZ CUTILLAS
IN MEMORIAM

La transitoriedad como fuente de plenitud

PEDRO MARTÍNEZ CUTILLAS
Propietario y Presidente Ejecutivo del Grupo EMMSA

Ayer, 26 de noviembre, me senté en la iglesia, como cada año, en el aniversario de la muerte de nuestro siempre querido y recordado Pedro.

El Evangelio de este día tan señalado (Lucas 21, 5-11), habla de la destrucción del templo, ese símbolo tan imponente y sagrado para el pueblo de Israel, “días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida” y de la necesidad de estar vigilantes, preparados para el momento en que todo lo que tenemos sea dejado atrás, porque “no sabéis el día ni la hora”, dice Jesús.

En un mundo saturado por la necesidad de pertenecer, de dejar una huella imborrable, y de abrazarnos a lo que creemos poseer, el pasaje que se nos presenta encierra una profunda lección de humildad y resignación ante lo inevitable. Es un recordatorio de la fragilidad humana, no solo de nuestro cuerpo, sino también de nuestras ideas, nuestras pertenencias y, finalmente, de nuestro paso por este mundo. Hay algo extraordinario en este ejercicio de abnegación, algo que resuena con la necesidad de reconciliarnos con la transitoriedad de la vida, con la fugacidad de todo lo que conocemos y atesoramos. Nos lleva de la mano hacia un proceso de despojamiento, no de las posesiones materiales, sino de las ilusiones que nos atan a ellas.

Somos seres finitos que buscamos, en su fugacidad, dar sentido y forma a lo que somos. Todo lo que consideramos “nuestro” —sean objetos materiales, relaciones, o, incluso, nuestros propios logros— no nos pertenece realmente. Somos parte de un flujo continuo que sigue su curso, aún cuando ya no estamos presentes.

La primera gran introspección que emerge es la del misterio del tiempo. Vivimos bajo la sombra de la temporalidad, como si pudiéramos, por algún artificio de nuestra voluntad, dominarlo. Pero, como nos señala el Evangelio, el tiempo es un enigma que escapa a nuestra comprensión. No hay nada más cierto que el hecho de que lo que hoy parece eterno, mañana se convierte en polvo, en olvido. Así, el tiempo es la primera gran lección de humildad: nada permanece. Ni nuestras certezas, ni nuestras preguntas. Y, sin embargo, vivimos como si tuviéramos el control, como si el reloj que avanza inexorablemente pudiera ser detenido, interrumpido por nuestro deseo de aferrarnos a lo que conocemos. El tiempo es nuestro maestro, pero lo ignoramos.

Luego, la Palabra de Dios nos invita a enfrentar algo aún más doloroso: la finitud de nuestro cuerpo, nuestra propia muerte. “No sabéis el día ni la hora”, dice Jesús, y al hacerlo, nos recuerda que la vida humana está marcada por un inicio y un final, y que ese final es irreversible. Comprender que nuestra existencia es transitoria nos exhorta a vivir cada momento con mayor conciencia y autenticidad, como un acto consciente, como una práctica de reconciliación con lo que no podemos evitar.

Las relaciones humanas, tan cruciales en nuestra vida, también son efímeras. Los padres no estarán siempre con nosotros; los hijos, como seres libres, trazarán su propio horizonte. No somos dueños de las personas que amamos, y aunque las conexiones son profundas, no dejan de estar marcadas por la libertad que cada ser humano posee, la capacidad de elegir su propio destino. Reconocer que los demás, aunque cercanos, no están sujetos a nuestra voluntad, que son dueños de su propia realidad, es una lección de libertad y desapego. La vida es una sucesión de momentos que se entrelazan, y aunque podamos compartirlos, cada quien tiene el derecho de vivir según sus propias decisiones, sin ataduras. Aquí también encontramos el sentido del amor libre y maduro: el amor que no limita, que no exige, sino que respeta la libertad del otro.

“Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida”. La idea de que todo lo que preservamos nos ha sido “confiado en préstamo” redefine por completo nuestra relación con las cosas. Asumir que nuestros bienes, nuestras casas, nuestros objetos, son solo préstamos temporales de nuestro peregrinaje, es otro paso hacia la libertad. Vivimos en una ilusión de dominio, convencidos de que disponemos lo que solo tenemos en custodia por un tiempo limitado. Así, la idea de que somos dueños de algo es solo un consuelo efímero, una forma de enfrentarnos a la certeza de que todo, sin excepción, se pierde y a nuestra obsesión por mantener el control sobre lo que no podemos gobernar. La muerte se llevará lo que con tanto esfuerzo amarramos a nuestro ser. Y en ese mismo sentido, los bienes que acumulamos, los enseres materiales que tanto valoramos, son tan efímeros como nuestra propia existencia, abocados a transformarse en titularidad de otros, al momento de nuestra partida.

En definitiva, todo es mortal, todo está marcado por la extinción. Concebir que los seres y las cosas a las que nos aferramos también tienen su propio ciclo vital es una forma de prepararnos para la inevitable despedida. El apego solo hace más dolorosa la partida porque creemos que tenemos el poder de conservar lo que no nos corresponde. Percibir la fragilidad de todo lo que amamos nos libera, nos enseña a vivir con la consciencia de que nada dura para siempre.

Admitir nuestra vulnerabilidad, nuestra mortalidad y la transitoriedad de todo lo que nos rodea no es un acto de desesperanza, sino un acto de liberación. Al aceptar lo que no podemos cambiar, podemos vivir con mayor plenitud, con mayor libertad. Podemos ofrecer a los demás lo que tenemos, sabiendo que nada nos esta asegurado y que todo es un préstamo. En ese sentido, la grandeza de la vida reside en la sabiduría de vivir en conformidad, sin miedo a lo que no podemos prever, en la capacidad de vivir plenamente, de ser conscientes de nuestra finitud y, a partir de ella, dar a los demás, lo mejor de nosotros mismos. Este es el mensaje que nos emplaza a comprender y a vivir, no en busca de lo eterno, sino en la certeza de que cada momento, por breve que sea, es suficiente.

Y es en este contexto, que pienso en Pedro, que hoy habita en el umbral de mi alma. No en el recuerdo de su rostro, ni en los momentos pasados que una vez compartimos, sino en la huella viva que dejó en mí, en su presencia que ahora se extiende más allá de su ausencia. Sentado aquí, rodeado de recuerdos que no se disipan, siento cómo su memoria, lejos de desvanecerse, se despliega en mí con más fuerza que nunca. Ya no está en la forma en que lo conocí, no está en su risa, en su voz, en sus gestos. No está en lo que fue, sino en lo que, por su vida, continúa siendo. Hoy, Pedro vive en el reflejo de su legado, que no ha muerto con él.

Y en esa comprensión, tan sencilla como profunda, encuentro la paz. No la paz que busca el olvido, sino la que nace de celebrar lo efímero con gratitud, de vivir con más luz, con más amor, y con la libertad que da el saber que, al final, todo lo que somos, todo lo que amamos, es solo un paso en un camino que no termina aquí.

Francisco Massó Mora.

CONTENIDO RELACIONADO
PEDRO MARTÍNEZ CUTILLAS | UN GENIO EMPRENDEDOR.
Video | Grupo EMMSA
PEDRO MARTÍNEZ CUTILLAS (1931-2021) | IN MEMORIAM.
Notas de Prensa
PEDRO MARTÍNEZ CUTILLAS | LA MIRADA DEL HISTORIADOR.
Notas de Prensa
PEDRO MARTÍNEZ CUTILLAS EN EL ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO | IN MEMORIAM.
Notas de Prensa

(+34) 916 683 706 | info@maslosa.com